miércoles, 1 de enero de 2014

1.

Había olvidado ya las noches de invierno. Cómo te sumergían entre su neblina. Cómo te dejaban sólo por la calle, con la única compañía de tus pensamientos. El eterno camino a casa se antojaba odioso entonces, contrastando con las ganas de encerrarse y evadirse de lo que fuera desolaba segundos antes.

Un buen libro y una taza de café eran mi excusa perfecta para entrar en fase de aislamiento. Sentía cómo las páginas me envolvían como si de una manta se tratara. Ellas no me reprochaban nada, únicamente me ofrecían un entretenimiento durante un rato. Nada más. Suena bien, ¿no? Una típica forma de combatir el frío en cada nuevo invierno.

Aunque…no siempre había sido así. El paisaje nunca había sido tan desolador como ahora se antojaba. Las calles no estaban tan solas, ni bajo las heladas más frías. Oh no, ya lo creo que no. Y nunca antes había necesitado arroparme de tal forma bajo la literatura.

Tiempo atrás, una mano había acompañado cada uno de los interminables caminos que recorren esta ciudad marchita por el tiempo. Una mano antaño conocida, cálida y lisa que buscaba sin despegarse un sitio bajo el que soportar la incesante lluvia que acompaña a los cada vez más hundidos en la rutina habitantes de esta villa. Una sonrisa dio color a cada gris rincón de cada calle. Su perfume impregnó rincones que se han convertido en únicos. Me apuesto la cordura a que aún siguen ahí mismo, dejando su aroma levitar junto a la orilla.

Ahora suena esa canción, la misma que antes carecía de sentido para dar paso a otras que parecían más importantes. Ahora, tarde ya, todo cobra su explicación.

Y, finalmente, ha vuelto a llegar esa etapa cíclica. Esa rutina y repetición de la que tanto huíamos cae ahora sobre mi día a día. La ciudad ya no es la misma. Puede que, con el tiempo, ella y yo ya no seamos los mismos. Puede ser. Pero una cosa está segura, nosotros seguiremos como siempre, cogidos de la mano y dando luz a cada momento aún en la distancia.

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